
-Bueno.
-Hola Pedro, habla Amado Carrillo.
-Sí, y aquí la Reina de Inglaterra.
-Ah, ¿no me crees?
-Pues no, dime algo para saber que en verdad eres tú.
-Bueno, ¿qué te parece...? Tu esposa trae tal coche, tú traes este otro y está blindado, tus hijos están en tal y cual lugar y sus horarios son estos y estos... (Etc.).
(En ese momento la cara de Ferriz cambió y su incredulidad se convirtió en un sentimiento harto desagradable, llámele como quiera, lector). Y dijo algo como:
-¡Ah, mi Amado! ¡¿En qué te puedo ayudar?!
Usté también hubiera sentido ñañaras, ¿qué no?
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