24 de agosto de 2010

Perder la cabeza


¿Cuántas formas hay de perder la cabeza? Cuando nos enojamos con alguien es común (o tal vez no) que perdamos los estribos, gritemos, digamos groserías y hasta insultemos a nuestro interlocutor. Como cuando una señorita no escuchaba lo que un señor le pedía y éste, energúmeno, arremetió contra ella con toda clase de insultos verbales.

También perdemos la cabeza por amor, ¿no? Seguro que a usted, lector, le ha pasado alguna vez en la vida (y si no, por favor reflexione seriamente sobre su modus vivendi), que una mujer u hombre lo ha puesto a temblar o a hacer cosas que nunca habría hecho por alguien.

Una tercera forma es volverse loco por las cosas materiales: un vestido increíble que cuesta mucho dinero, un juguete viejo que nos negamos a tirar a la basura, un diamantito, un coche, yo que sé, cada quien tiene sus amores materiales...

Pero la forma más común de perder la cabeza, por lo menos en México (y en los últimos meses, tal vez unos 10) es meterse con el narco. Así es, lector, en este país es de lo más normal escuchar que, en un puente en tal o cual localidad cuelgan uno o varios cuerpos sin cabeza, al más puro estilo de los siglos oscuros. Es fácil, sin hacer corajes, sin gastar dinero y sin enamorarse de alguien, sólo apoye al capo de su preferencia y, si el bando contrario cuenta con una guillotina, ¡ténguele!, usted ha perdido la cabeza.

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