
Era una mañana fría. Cientos de jóvenes estábamos en una gran explanada, no recuerdo dónde con exactitud, sólo sé que en la delegación Tlalpan. El sorteo empezó de atrás para adelante, o sea, se sacaba bola para los que se habían registrado al último.
Había de todo, desde el chavito fresoide que se lamentaba al oír su nombre seguido de un "blanca", hasta el arrabalero que se burlaba con saña de los que corrían con la misma suerte que el fresoide. También estábamos los callados, a la expectativa.
De pronto, el militar que estaba haciendo el sorteo dijo un nombre: Juan García (no que fuera ese). Guardó silencio y se dirigió a la concurrencia: "A este joven no le vamos a sacar bola", comentó.
Por supuesto, el griterío no se hizo esperar. Hubo consignas de todo tipo, chiflidos mentadores de madre, una grosería por aquí, otra por allá, reclamos (¿por qué a él no?, ¿de qué privilegios goza?) y mucho, pero mucho enojo. Así somos los mexicanos, antes de saber el por qué ya estamos armando un pedito.
El militar calmó a la "chaviza" en pocos minutos y se volvió a dirigir a nosotros: "Jóvenes, ya estuvo, no le vamos a sacar bola porque él decidió hacer el servicio voluntariamente..."
Una vez más, el griterío no se hizo esperar, pero esta vez todos los comentarios estaban dirigidos al pobre Juan: ¡pendejo!, ¡pinche babosoooooo!, chiflidos mentadores de madre, risas burlonas y toda clase de mofas debieron haberle taladrado los oídos a García.
Al parecer nadie vio nunca a Juan García, pero, así somos los mexicanos.
¿Mi suerte? Eso fue otra cosa. Antes de que llegaran a mi número, que era el 60, las bolas de la urna ya se habían terminado.
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