
No sé qué tan válido sea esto último. "Hermano, felicidades por salir ileso de tu accidente automovilístico", "Güey, qué bueno que no te moriste en la inundación de ayer, felicidades". Se oye raro, ¿no? Pero al final del día, si alguien luchó y se esforzó por vivir, la felicitación es meritoria.
Lo que me pareció estúpido y ridículo fue que el presidente mexicano, Felipe Calderón, en una ceremonia para conmemorar los 25 años del terremoto que azotó a la Ciudad de México en 1985, felicitara a dos jóvenes que se encontraban dentro de un hospital aquel 19 de septiembre. ¿Por qué? Porque los ahora jóvenes de 25 años tenían entonces, perspicaz lector, unas horas de nacidos.
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