17 de mayo de 2011

Loquito


Ayer fui a una misa. En las escaleras de la iglesia se encontraba parado un señor de aspecto desagradable, "pordioseril"; la ropa vieja y sin combinar, la tez manchada, chimuelo y, además, estaba hablando solo. Llamaba la atención de todos, claro está. Se movía, se sentaba con la piernitas (era chaparro) cruzadas, sacaba un cigarro a medio prender y lo fumaba, de pronto alzaba la voz...

Contaba historias, muchas. Me llamó la atención una en particular: le decía a su amigo imaginario que un grupo de policías judiciales lo levantaron en una camioneta muy parecida a aquella (señalaba una Odissey de Honda) y que lo encerraron. Después le preguntaron qué quién era y qué hacía y dónde vivía, pero el sólo les dijo que se echaran unas cubas, y una cubas, y unas cubas...

Luego cambió de tema. Al loco nadie lo molestaba. Algunos se reían de él, pero no se daba cuenta. Pensé que no estaría tan mal ser loco, vivir en un mundillo distinto, lleno de historias, muchas. Esos cuentos se convierten en una realidad, y entonces lo que hay en nuestro mundo desaparece. Podría elegir mi propio relato y vivirlo con descaro. Así dice un amigo de la oficina cuando lo cuestionan: "yo sólo sé mi propio cuento".

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