17 de noviembre de 2010

Ay, ¿qué tiene?

Ayer abrí la puerta de la oficina, la de la calle, la que me lleva al coche después de un día de trabajo, y lo primero que vi fue una mujer, medio gordita, creo que iba vestida de morado con negro y traía un perfume que olía bien. Me saludó apresurada y me dijo que no cerrara. Sí, tenía prisa de entrar. Obvio no la conocía, pero como no tenía cara de asaltante o secuestradora, la dejé pasar sin preguntarle mucho.

Segundos después descubrí que la mujer se había estacionado frente a mí.



Sinceramente, lector, no puedo entender dos cosas: primera, que alguien sea tan incapaz de pegarse a una banqueta cuando tiene metros y metros por delante; segunda, que alguien sea tan inconsciente para dejar así su auto. Ahí está la foto, la señora tiene un severo problema con la medición de distancias, eso es claro, pero lo más aberrante del asunto (por lo cual yo le negaría una licencia de ayer en adelante) es el cinismo. Y todavía se atrevió a sonreirme antes de entrar a mi oficina, ¡pff!

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