10 de agosto de 2010

Grita fuerte, mexicano


Este pequeño cuento-chiste que me llegó hace unos días está dirigido a todos los lectores mexicanos (en particular), pero le puede servir a cualquiera, en cualquier parte, si se encuentra en una situación parecida:

La sala de espera estaba atiborrada de gente. Hacía calor y el aire acondicionado se había descompuesto. Los pasajeros, impacientes, cuchicheaban y se quejaban en voz baja. Un señor gordo, de lentes, hablaba con la señorita del mostrador. De pronto se hizo el silencio. Caminando por el pasillo venía, con su impecable uniforme blanco, lentes oscuros y un bastón plateado, el flamante copiloto de la aeronave. Pasó frente al gentío y abordó. Todos voltearon a ver a la señorita del mostrador, quien dijo: "sí, es ciego, pero es el mejor copiloto del país."

Apenas unos segundos después, por el mismo pasillo y con un uniforme igual de impecable, unos lentes oscuros muy parecidos y un bastón dorado, se apareció el capitán del vuelo, escoltado por dos azafatas. Con toda la tranquilidad del mundo pasó frente a los pasajeros, cuyos rostros ya no eran de asombro, sino de preocupación. Todos voltearon a ver a la señorita del mostrador, quien los tranquilizó diciendo: "sí, también es ciego, pero es el mejor piloto del continente, y junto con el copiloto, hacen una dupla de maravilla".

Comenzó el abordaje: una señora de falda roja caminaba lento, con sigilo; el gordo de lentes le decía a los demás que eso era un ultraje, que cómo podía ser; la pareja de abuelitos que volaba para ver a sus nietos se negaba a levantarse del asiento; un niño comía una paleta de dulce multicolor y pegajosa...

El avión, a pesar de todo, estaba repleto, y dentro se sentía un ambiente pesado, de nervio. Se encendieron las turbinas y el avión comenzó a avanzar. La velocidad aumentaba considerablemente y el aparato no se elevaba, los pasajeros comenzaron a hablar entre ellos. El avión seguía avanzando y aumentando la velocidad, pero no despegaba. Los pasajeros comenzaron a levantar la voz, la pista estaba a punto de terminarse, todos estaban aterrorizados y el griterío no se hizo esperar. En ese instante, pocos metros antes de estrellarse con la barda del aeropuerto, la aeronave se elevó por los aires.

En la cabina, el piloto le comentó a su colega: "el día que la gente no grite, ¡nos chingamos!"

Moraleja, querido lector mexicano, es que así está nuestro país, gobernado por unos cuantos ciegos que juegan con nuestras vidas y nuestro futuro. Estos burros sólo están esperando a que el pueblo levante la voz, y grite.

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