2 de febrero de 2010

El señor de las bicis

-Perfecto, ¿cuál es su nombre?
-El señor Martín-, contesta emocionado.
-55-54...
-Ok, ya lo tengo, entonces estamos en contacto-, confirmo.

Regina es una bella calle en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Antes podía transitarse con autos contaminantes y ruidosos, hoy es un corredor cultural y de entretenimiento que alberga bares, grupos de música que tocan para rejuvenecer la noche, murales, instalaciones y mucha gente que camina despreocupada, contenta, tranquila.

Entre la gente resaltan, a lo lejos, unas luces. Conforme se van acercando se distinguen las formas de unas bicicletas raras, o más bien, acondicionadas. Es un pequeño, cuyo nombre no sabía en ese momento. Detrás de él su madre y, detrás de ella, su padre. Sus aparatos llaman la atención. Parecen, con sus cascos y sus chalecos de trabajador de obra, una especie de vigilantes- ciudadanos-familiares.


Manuel, hijo del Sr. Martín, tiene una bici con
asiento integrado para su muñeco de peluche.


Me acerco a conversar. Resulta que simplemente gustan de la bicicleta. Al parecer el más interesado en el tema de las ruedas es el jefe de familia, quien toma la palabra y explica que tiene unas quince y que a todas le ha dado su "manita de gato". A la de su mujer, por ejemplo, le puso rueditas porque "ella no sabe montar".

Andan en la calle, en la noche, porque quieren y porque lo disfrutan. También pasean los domingos por Reforma, bella avenida capitalina, y se "avientan" los Ciclotones que el Gobierno del Distrito Federal organiza cada fin de mes, por el puritito gusto. Ganaron un concurso, Ebrard (Marcelo, Jefe de Gobierno) les obsequió tres bicis nuevecitas. Me enseña las fotos de las que traen sus hijas, que no pudieron ir esa noche a andar por Regina, pues una de ellas cumplió años y se fueron "al antro con sus amigos".


El señor Martín es un apasionado de este medio de transporte
y ha contagiado a su familia y amigos.


Demasiados minutos habían pasado ya y le digo que me tengo que ir. Dice que si me animo a ir al paseo de la Avenida Reforma él me presta una de sus tantas bicis, como lo ha hecho con otro grupo de amigos para irse todos "en bola" a pedalear. Asiento con la cabeza, me gusta la idea.

-Va, páseme su teléfono-, le digo.
-Te doy mi celular, porque siempre lo traigo conmigo.
-Perfecto, ¿cuál es su nombre?
-El señor Martín-, contesta emocionado.

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