4 de febrero de 2010

El valor de una sonrisa


El título puede sonar a libro de superación personal, pero en realidad así no es la cosa, querido lector. La autoestima no tiene mucho que ver, pero sí esta fría mañana de jueves (por lo menos ya casi se acaba la semana). Sucede que el positivismo y yo no nos llevamos bien, pero hoy... hoy fue diferente.

No suena el despertador. Ya es hora de levantarme y la mentada alarmita sigue dormida, como yo. En eso, una bola de automovilistas ruidosos me hacen el favor. Nota: el despertador me fallo, de malas; hay tráfico, peor. Me levanto, mi abue sale al pasillo y dice que está lloviendo. ¡Joder! Me baño, desayuno unas deliciosas enfrijoladas con crema y queso panela, me lavo los dientes (todo esto en menos de media hora) y me dispongo a salir. El vecino estacionó su camioneta enfrente de mi coche. Ley de Murphy, odio al cabrón.

Evidentemente estaba enojado (demasiado, muy, sumamente) así que subí a tocarle y en eso, ¡cha cha cha chán! Sale una joven mujer, no era hermosa, pero se veía limpia y positiva, y con una sonrisa en la boca y un tono de publirelacionista me dice: "Ah, te muevo la camioneta". Y luego en el elevador platicamos dos o tres tonterías (¿cuánto puedes platicar en un trayecto de 4 pisos?) y ella seguía con su sonrisa y su positivismo.

Entonces dije: "¡Ah chingá!, ¿por qué ella sí y yo no?" Y ahora, a pesar de la lluvia, el tráfico, el despertador y la camioneta, ando de buenas. A ver cuánto me dura.

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