3 de marzo de 2011

Bad timing


Las calles de la Ciudad de México suelen estar descuidadas. Si usted vive por estos lares sabrá que no importa si la colonia es de clase baja, media o alta, siempre encontrará hoyos en el pavimento, banquetas que han sucumbido a la fuerza de las raíces de los árboles, basura (en bolsas o así nomás), perros callejeros, autos abandonados, hierbita que sale de las juntas de los bloques de cemento, uno que otro animal atropellado, etc.

Aunado a este paisaje urbano, la mayoría de las vías no tiene líneas pintadas. En efecto, lector, es usted muy perspicaz, los carriles no están marcados, las flechas de sentido apenas son visibles y la parte amarillita de las banquetas bien podría describirse como beige.

Que las líneas de una calle estén pintadas o no puede parecerle una nimiedad, pero lo cierto es que (y compruébelo si un día le toca) el ambiente se torna distinto cuando la pintura está fresca; hay una sensación de cambio, de renovación... Por eso, generalmente me congratulo cuando a algún delegado se le ocurre hacerlo (pintar, claro).

Digo generalmente porque hoy, los señores pintores decidieron que era buena idea poner sus conitos anaranjados, cerrar dos de tres carriles de una avenida y pintar tanto las flechas de sentido como uno de los topes que hay allí... ¡a las 9 de la mañana!

Usted dirá: "Bien, madrugadores", a lo que yo responderé: "por esa calle pasan todos los que van a la escuela, al trabajo y a todos lados... ¡a las 9 de la mañana!" (y con eso usted habrá entendido, espero).

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