29 de septiembre de 2010

De parrandas y balones

FOTO: cnnmexico.com

Al grano, lector. Los jugadores de la Selección Nacional de México son un grupo indisciplinado. Son el ejemplo perfecto de la decadencia social de nuestro país, trasladada al ámbito deportivo; al juego más popular entre la ñeriza (y la no ñeriza) mexicana. Rompen reglas, se embriagan, opinan, faltan al respeto a la afición (porque son basura en el campo) y, luego, se indignan porque los medios y su directiva exponen la verdadera calaña que manejan.

¿Que todo mundo tiene derecho a divertirse? Claro, pero no cuando el uniforme nacional va de por medio. Lo que estos tipos no han entendido es que, al ser figuras públicas, obtienen responsabilidades, sobre todo (y aunque suene a cliché) con los niños que los admiran y para los que son un modelo a seguir.

Ya hemos visto las consecuencias de la parranda en el futbol, con el caso del goleador paraguayo Salvador Cabañas, quien recibió un balazo en la cabeza por enfiestar un lunes en la madrugada. También sabemos que los jugadores que abusan del alcohol, como el brasileño Adriano, son criticados y hasta degradados por su ligas y equipos.

¿A dónde va la Selección Mexicana? Con un Rafael Márquez grillo, despreocupado y sin compromiso nacional (hinchado en dinero, por supuesto), con un Carlos Vela joven e impresionado por la fama, los patrocinios y el glamour del viejo continente, con un Guillermo Ochoa deprimido y sin brillo, con un grupo que en vez de generar confianza y cohesión sólo nos pone a pensar qué será de nosotros, si ni en nuestras cosas favoritas nos podemos poner de acuerdo...

El deporte es un reflejo claro del progreso de una nación. ¡Ay nanita, tengo miedo!

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