14 de octubre de 2010

Sobrevivir


Resulta que un día colapsó una mina de uranio en el Bajío mexicano. A pesar de las irregularidades que tenía (no medidas de seguridad, bajos salarios, explotación, etc.), el gobierno local, presionado por el federal (porque el dueño es primo del hermano del presidente -o algo así-), permitió que siguiera con sus operaciones. Evidentemente el dinero fluía para todos hasta que, ¡pum, tras, toing!, colapsó.

El incidente llamó la atención de los medios de comunicación. Entonces el gobierno local llamó al federal y le comentó lo que pasaba. El gobierno federal lanzó una campaña mediática donde se decía que habían agarrado a uno de los narcotraficantes más buscados de México (y todo el país aplaudió y olvidó el incidente de la mina).

Un mes después, los mineros atrapados, que eran 33, lograron enviar un mensaje al exterior diciendo que afortunadamente uno de ellos había llevado suficientes tortas y tacos de canasta para que pudieran sobrevivir. Además, otro había estado haciendo un guardadito de Coca Cola y mezcal en una de las cavernas subterráneas. Que si los ayudaban a salir. Una vez más, los medios de comunicación entraron al juego, y ahora el gobierno local le dijo al federal que había que hacer algo al respecto.

Como era tiempo de festejos bicentenarios, el presupuesto estaba corto. Además, el dueño de la mina había huído a Canadá. Los mineros tendrían que esperar. Mientras, TV Azteca entrevistaba a los familiares y les preguntaba que si estaban sufriendo y por qué, y Televisa lograba introducir una cámara de alta tecnología para que López Dóriga y Loret de Mola pudieran narrar los hechos que sucedían a unos 20 metros bajo tierra.

Pasó un mes más y el país estaba conmocionado. "Minero al 21111", decían los anuncios de televisión. Laura Bozo encontraba historias torcidas: la esposa de un minero huyó con el capataz, el hijo de otro sedujo a la hija del gobernador, etc. Adentro, las Cocas y las tortas se estaban acabando. Entonces un ingeniero desconocido del IPN dijo que podía hacer una cápsula que excavaría 20 centímetros diarios y podrían sacarlos en poco más de tres meses.

Todos festejaron la idea y los trámites burocráticos comenzaron. ¿Quién autorizaría el proyecto? Estaba de vacaciones. Pasaron cinco días y por fin firmó. Se organizó una licitación, que ganó la empresa de tecnología del primo de un senador federal y, dos meses después de la iniciativa, se inició la construcción de la cápsula, que tardó un mes más. A estas alturas el rating de las notas de mineros había bajado, ya ningún anunciante pagaba por pautas y las televisoras lo olvidaron, al igual que la gente.

Sin embargo, los trabajos de rescate continuaron y, un año después del incidente (el colapso), los rescatistas entraron a la mina y encontraron los cascos de vidrio, llenos de polvo, y una canasta en la que alguna vez hubo tacos sudados.

Mejor ser minero en Chile, ¿ve?

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