10 de febrero de 2011

Paternalismo


Imagine una calle en la que hay obras: ruido infernal, polvo y más polvo, máquinas, trabajadores, ladrillos, hoyos... todo gris. Sobre la banqueta a medio terminar de dicha vía, vi que una pequeñita de un año máximo, perfeccionaba su técnica al caminar (sí, se tambaleaba y tropezaba con frecuencia). Traía puesta una batita a cuadros, misma que, supongo, era el uniforme de la guardería, y en la mano sostenía un globo blanco, un poco más grande que su cabeza.

Yo iba en el coche, pensando en cosas más intensas, cuando la vi. En ese momento, como en una película de ciencia ficción, la calle se tornó amplia, brillante, limpia, azul. Yo, parado enmedio de los autos y el embotellamiento, la seguí en su travesía de unos cuantos metros. No pude más que sonreir. Después me di cuenta de que, tras ella, su papá, con una cara de orgullo imponente, la grababa con su celular; capturaba el momento para la eternidad.

Debo aceptar que fue algo revitalizante. Cuando salieron de mi campo visual y avencé unos metros, decidí que, definitivamente, no quiero tener esos momentos de felicidad (a menos que sea tío, claro está).

No hay comentarios:

Publicar un comentario