22 de febrero de 2011

¡Vaya temor!

Creo que cuando era niño no le tenía miedo a tantas cosas... hoy, ya grandecito, me asustan más que en esa época; sin embargo, a lo que le temía, le temía en serio, nada de sustitos tipo la casa de los sustos de la Feria de Chapultepec. Recuerdo que una vez, en sueños, se me apareció "el diablo", eso es miedo y no payasadas.

Pero eso no era mi peor temor, por lo menos durante unos dos o tres años la posibilidad de contagiarme de tétanos hacía que me temblaran las piernitas. Sinceramente no recuerdo por qué, supongo que en ese entonces había una campaña de publicidad que decía que la enfermedad estaba con todo y que había que vacunar a los niños o mis papás me metieron la idea de "aguas con las cosas de metal", y mi pobre cabeza pensó que la muerte se encontraba en cada fierro oxidado de la ciudad.

Claro que evitaba todo aquello que fuera o pareciera metal, y si tenía que usarlo le ponía cuidado, al máximo. Pero eventualmente todo se fue al caño y me di cuenta de que la mente, si se le da la gana, juega unas muy malas pasadas.

Resulta que un día tuve que usar una engrapadora. Estaba distraído y ¡tómala! que me engrapo el dedo. Al principio, como era de esperarse, pensé que iba a morir en dos días, víctima de la infección, pero pasaron las horas, las semanas, y nada...

¿Pinche tétanos qué?

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