28 de enero de 2010

Relato ajeno


En la vida hay situaciones que ponen en entredicho nuestros nervios de acero, sobre todo aquéllas en las que hay una mentirilla de por medio o una situación embarazosa. Esta es una anécdota de "oído al pasar", si se le puede llamar así.

Un tipo (protegeré su identidad) fue al mercado uno de esos domingos de cruda intensa, comunes en la vida de la juventud mexicana, para degustar unos deliciosos tacos de barbacoa (¿o era cochinita pibil? No recuerdo, pero no importa mucho). Iba con un par de amigos.

Pidieron sus taquitos, les pusieron limón, un poco de verdura, salsita al gusto y pa'dentro. Se los pasaron con un Mundet rojo (eso ya es crema mía), refresco básico, clásico, a la hora de entrarle a estos manjares. Se vieron con cara de "putamadrequérico" y pidieron más.

En eso sintieron la presencia de una bella mujer. Voltearon a verla, la analizaron como buenos hombres crudos y prosiguieron con el alimento. El tipo del principio se dio cuenta de algo: la conocía, y ella, al notar que también lo conocía, se puso tensa, nerviosa. No se saludaron, fue como un acuerdo mutuo sin palabras.

El tipo analizó un poco más a fondo y se dio cuenta de que ella portaba en el dedo un anillo (argolla matrimonial). Acto seguido hizo su aparición el señor (también con su argolla al dedo). Al final, él terminó sus tacos y ella no disfrutó los suyos.

Este tipo había ido a Acapulco unos días antes y en el antro y al calor del agüita que te "hace hacer" tonterías, tuvo un encuentro cercano con dicha mujer, cuya moral (por lo menos para con su esposo) es algo distraída. ¡Provecho!

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