26 de enero de 2010

Tentativa de robo

Dicen que el que no tranza no avanza. Por lo menos es algo que en México tiene cierto auge entre la ñeriza que se considera poco apta para trascender de forma honesta y legal. Lo malo es que esa muchachada es harta. No puedo dar un número certero, pero basta con observar a la gente en la calle en el trayecto de la casa a la oficina (o viceversa, como usted guste lector). Ah, por cierto, espero que no le haya quedado el saco y, si es así, ¡chale!

Nota mental: ¿De dónde habrá salido la palabra chale? Primer acercamiento - de la expresión "¡úchale!"

Y así, en México muchos tranzan. Como el jijo de la Sierra Madre del Sur que trató de abusar de mi "desconcentrancia" el sábado pasado, cuando fui a la presentación de una revista en el Centro Histórico de la gloriosa Ciudad de México; como llegué temprano y aún no podía estacionarme en la calle dejé el auto en un E público.



Precio excesivo, $22 la hora y ya no recuerdo la división de fracciones. El caso es que estuve en la pachanga unas cuatro horas y cachito, lo cual sumaba como unos $95 de estacionamiento. Le extendí el boleto al de la caseta (lugar que por cierto olía a humedad, polvo, mierda y perro -había dos perros dormidos dentro del espacio de 2x2-) mientras hablaba por teléfono, entiéndase que iba distraído, y me dice: "Son $110". Le paso un billete de $200 sin chistar.

En lo que el tipo busca el cambio caigo en la cuenta, cuelgo y le digo: "¿Por qué $110 si estuve cuatro horas?"

Ipso facto, el "tranzador" intenta convencerme de que fue su error y me entrega el cambio exacto por el pago de cuatro horas. Vaya. Observación: debió haberme cobrado una fracción y no lo hizo. Creo que fue el regalo por haber tratado de robarme, porque, a final de cuentas, ¡qué pena robar y que te cachen!

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