1 de marzo de 2010

Cuidar el peso

México es un país de obesos; gordos por aquí, gordos por allá, gordos muy gordos, otros no tanto, policías gordos, secretarios de estado gordos, subalternos gordos, jefes gordos, taqueros gordos, novias gordas, hasta una obra de teatro se llama Gorda. Además de todo podemos estar felices porque somos los más gordos.

Y para no perder la costumbre, aunque yo no le entro a la gastronomía callejera, generalmente compuesta de grasa, grasa y grasa, pues yo también estoy gordo. Bueno, la verdad es que no tanto, pero por lo menos me puedo definir como "panzón", y es que hay que ser solidarios con el pueblo. Llamaré a esta tendencia "nacionalobesismo".



A pesar de dicha justificación "patriótica", ayer me di cuenta de que hay que hacer algo al respecto. Resulta que no iba a regresar a mi casa y se me olvidó por completo que hoy tenía una cita y no me llevé ropa adecuada para tal ocasión. Entonces tuve que recurrir al viejo truco de asaltar el closet de mi primo, cuya complexión es parecida a la mía.

Camisita, pantalón, zapatos y hasta calcetines y cinturón. Una vez obtenido el ajuar bajé a la sala de su casa, donde estaban varios miembros de la familia que, al ver me con todo aquello en la mano, sugirieron que me probara los pantalones, por lo menos. Lo hice. Bajé cual modelo en pasarela para conocer su opinión y todos me vieron con cara de ponte a correr o a nadar, mano. Mi hermano sugirió que ya era hora de terminar con la panza y mi primo, con un tacto digno de los dioses exclamó, "you are a fucking pig!" lo cual desató la risa de la concurrencia.

Fue en ese momento de bochorno familiar (la neta no me abochorné, pero nunca es bueno que la abuela se ría de usted) cuando entendí que ya era tiempo de poner manos a la obra, de cambiar la situación y hacer algo para que este tipo de situaciones no se repitan: no le volveré a pedir ropa a mi primo.

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