11 de marzo de 2010

Vidente


Mientras echaba el cafecito mañanero con mi abuela, ella me contó una anécdota de cuando era joven. Tenía 15, todos los domingos de aquella época (los suyos) eran iguales, rutinarios. Su mamá (o sea mi bisabuela), su padrastro y ella iban a desayunar, a los toros y al cine. A desayunar, a los toros y al cine. A desayunar... así todos los domingos. A de saberse que a mi abuela no le gustaban los toros, pero se los tenía que fletar por mucho asco que le dieran.

Uno de esos domingos, después de desayunar, la mamá de mi abuela (o sea mi bisabuela), empezó a sentir una angustia que guardó en secreto. Durante los toros la exclamó: creía que iban a robar su casa. Entonces mi abuela llamó a la vecina y le pidió que se cerciorara de que todo estuviera bien cerrado, etc. Todo bien, dijo la vecina.

Salieron de los toros y la mamá de mi abuela (o sea mi bisabuela) seguía con su preocupación. Llegaron a casa de un amigo de la familia, ese día no fueron al cine y, por supuesto, lo del robo fue tema de conversación y el anfitrión burlose de ella en repetidas ocasiones. Terminó la reunión y se fueron a casa. Cuando llegaron, encontraron la puerta del garage abierta, la puerta principal abierta y algunos cajones y puertas de clóset abiertos.

La mamá de mi abuela (o sea mi bisabuela) llamó a su amigo, quien por cierto le decía madame de cariño, por teléfono:

- ¿Qué pasó madame?-, dijo en tono burlón. ¿La robaron?
- Efectivamente...

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