23 de junio de 2010

Aquí no hay sicarios



Hace unos días cumplí un propósito antiguo: ir a Cuba. Algo de la isla me llamaba, una cierta magia que descubrí verdadera cuando aterricé en el aeropuerto José Martí y noté que el ruido de las bandas para recoger el equipaje asemejaba al de una fábrica con cientos de máquinas trabajando al mismo tiempo, muestra de ancianidad, de pasado vivo y de memoria histórica.

Luego, sus calles, burdas e intensas; sus mensajes revolucionarios, resguardados por el tiempo; su lluvia pesada y su calor húmedo; la Habana Vieja y sus edificios restaurados, también los abandonados y los que lo parecen, pero que no lo están; su gente pedigüeña, alegre e indiferente; su aire contrastante y sus jacarandas anaranjadas; sus decenas de museos, de todo lo emblemático; el olor a tabaco que te sigue como un perro a su amo; sus cracks del son en cada esquina o restaurante o bar; la decepción de los mojitos, pero la gran felicidad de una cuba libre con Havana blanco y limón; y la aparente miseria, la supuesta tristeza, la segura resignación.

Es inevitable platicar con un cubano cuando se recorre la Habana. Puedes ser la persona más seria del mundo, la más huraña, pero si la pinta te delata, extranjero, olvídalo, por lo menos tendrás cinco conversaciones en lo que caminas siete cuadras. Algunos te pedirán algo, la mayoría, pero la última, cuando llegues a un restaurante y te sientes a beber una Cristal (la preferida de Cuba según su slogan) tal vez tengas la oportunidad de discutir alguna situación.

En mi caso la pregunta fue clara: "Mucha gente en la calle me dice que no les alcanza para comer, ni para nada, pero que los militares viven en la opulencia, ¿por qué no hacen nada?". Y Ramón, el mesero de Las Ruinas del Parque, donde probé las mejores cubas de la historia, contestó:

1. Ellos (los militares) lucharon en la sierra, por lo tanto se lo merecen, además no son todos, sólo algunos generales o comandantes.

2. Si, mucha gente puede estar inconforme con lo que tenemos aquí, pero hay cosas muy buenas, por ejemplo, todos tienen comida, aunque sea poca o no les guste; todos tenemos acceso a la educación, que es excelente; todos tenemos servicio médico de la mejor calidad a la mano y gratis; y sobre todo (enfatizó el hecho de que yo era mexicano) aquí no vemos lo que ustedes allá, los cárteles, la inseguridad. Mi hija de 12 años puede ir sola a la escuela, andar caminando alas diez de la noche y no pasa nada. Aquí no hay sicarios y esas cosas...

Entonces comprendí que aquel dicho "cada quien cuenta como le fue en la feria" no sólo tiene que ver con percepciones personales, sino con aquellas que rebasan fronteras y que suponen necesidades específicas para la calidad de vida o para alcanzar la tan ansiada felicidad que muchos buscan y que se puede encontrar en donde sea, literal.

2 comentarios:

  1. Buen post! Me gustó mucho, al parecer disfrutaste la isla. Todavía me falta ir para allá, no sé para cuando se me hará.

    Varios saludos!

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  2. Gracias Manu, pues sí que la disfruté y en cuanto tengas la oportunidad no lo pienses dos veces, no te arrepentirás (y tu cámara tampoco). Un abrazo.

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