Resulta que Othello, un perro negro, cuya raza desconozco, era un animal caprichoso y muy ruidoso. Cada que sus dueños no estaban en casa solía ladrar y ladrar y ladrar y ladrar..., lo cual tenía a los vecinos con los nervios de punta, pues tener a un animal vuelto loco en las noches, cuando el cansancio del trabajo exige descanso, no debe ser muy agradable.Así, algunos personajes que vivían al lado y que ya estaban hasta la coronilla de Othello amenazaron con envenenarlo (no se haga, lector, usted hubiera hecho lo mismo). Dadas las circunstancias, un buen samaritano decidió darle una lección cuando los amos salieron de viaje: envolvió media pastilla para dormir en un trozo de jamón, el cual Othello devoró.
Después de un rato, el perro empezó a sentir cómo se le cerraban los ojitos y... ¡adiós! Jetón. Pero cuál fue la sorpresa de este buen samaritano (mal entrenador de perros), cuando pasaron varias horas y el can no despertaba, al día siguiente, nada y, finalmente (cuando el pánico habíase adueñado del cuerpo del vecino) Othello despertó, sano y salvo, dos días después.
Así termina esta historia donde un señor casi se vuelve asesino y un perro siguió ladrando, y seguirá, hasta el fin de sus días.

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