31 de agosto de 2009

Chiaaaale


En la viña del señor hay de todo, dicen por ahí algunas personas; en gustos se rompen géneros, opinan otras; cada cabeza es un mundo, aseveran algunas más. Yo digo que sí, viva la diversidad, siempre y cuando se respenten las normas para no poner en riesgo la estabilidad emocional de otras personas.

¿A dónde voy con todo esto? Pues a que muchas veces, al caminar por la calle, comer en un restaurante o simplemente estar sentado en la banca de una escuela, somos víctimas de tremendas aberraciones que atentan contra nuestro espacio vital.

Se ha visto de todo, como en la viña del señor: gordas (muy gordas, tinacos, pues) con minifaldas y ombliguera, muchachos que visten de tantos colores que la paleta de pantone se queda corta, aditamentos para el auto que destruyen la estética original, fachadas de casas de colores tan extravagantes que ni "la tigresa" los usaría, operaciones de nariz fallidas (o sea clones de M. Jackson, q.e.p.d), gente escupiendo gargajos gigantezcos en plena calle y un sin fin de porquerías más.

Me parece desagradable, aunque cada quien tendrá su parametro de "desagradabilidad" y, por ende, su lista muy particular de cosas que afectan a terceros. Palabras clave: extravagancia, naquez, ridiculez, asquerosidad. Añádale, sin miedo.

Esto me vino a la cabeza porque hace rato, cuando regresaba a mi casa de desayunar, vi, en las gloriosas avenidas de Coapa, un ejemplo de verdadera irresponsabilidad y falta de respeto al prójimo, algo que al parecer, por lo que se dice, ya es moda en la zona: el Chevy Cooper.

Se trata de un modesto auto compacto Chevy Joy, al cual su dueño decidió pintarle el toldo de blanco, lo demás de rojo y las barras laterales de negro, además le cambió las llantas, lo achaparró, le colocó dos líneas blancas en el cofre y no estoy seguro por que no vi, pero es probable que también le haya pintado una bandera en el toldo (pa' que si alguien lo ve desde un puente diga "tsooo, ya vistes que chido techo").

No conforme con haber destruído la imagen de dos autos, el flamante conductor vestía una playera sin mangas (más bien camiseta), manejaba de ladito y con una sola mano, porque con la otra venía entrándole a una Sol con limón y sal (así de cerca lo tuve) y, para cerrar con broche de oro, traía las placas enmarcadas con luz neón (morada).

A poco no, refinadísimo lector, hasta le dan ganas de decir "chiaaaale".

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