5 de junio de 2009

Inconsistencias


José María Castorena es una calle en la Delegación Cuajimalpa. Como muchas vías de esta ciudad, todos los días sufre de embotellamientos debido a la alta concentración de autos, motos, camiones, combis, peatones que no usan los puentes, policías de tránsito incompetentes, baches y, por qué no, ambulantes estorbosos. O sea, es un microsistema de caos, algo integral. Culpa de todos.

El caso es que hoy en la mañana bajaba (yo) por Castorena y me percaté de que delante de mí, un taxista se estiraba (la modorra) placenteramente. Debido a esto, el señor no presionó el acelerador y dejó que dos o tres autos de la fila de la izquierda se le metieran, pues dicha fila no avanzaba. Toqué el claxon y se espabiló. Apenas avanzamos unos metros cuando un pollero (el señorcito que ayuda al chofer de un microbús o combi) lo reconoció y le pidió el paso, porque la fila de la izquierda ya estaba totalmente congestionada al frente y, evidentemente, la paciencia de los hombres de transporte público es nula.

En lo que se encendía la luz verde, pollero y chofer trabaron una conversación inaudible, pues traía (yo) el vidrio arriba. Se notaba que se conocían poco, tal vez en algún baile callejero (con bocinas monumentales y harta cerveza) o en una riña (después del baile callejero). El ayudante de chofer sacó un chocolate y se lo ofreció al otro, no lo aceptó. Después le mostró algo que parecía una galleta, tampoco. Gracias, pero no gracias. El pollero le recetó un amigable corte de manga y soltó una risita hipócrita. (Jijo de su p... m..., debió pensar).

El semáforo cambió a verde, el chofer de la combi puso su direccional y justo cuando el pollero (quien ya había recibido la autorización del taxista para incorporarse a su carril) iba a levantar la mano en señal de agradecimiento, el del carro guindorado (quien posiblemente recordó que ¿este güey qué?) pisó el acelerador y no le permitió pasar.

De las risas y la cara amable pasaron a los gritos y las mentadas; se originó un pequeñito caos dentro del caos grande. Las bocinas de los otros autos comenzaron a sonar, el taxista avanzó, yo detrás de él; el de la combi se le metió al que venía detrás mio, a la mala, y alcanzó al taxista en el cruce que estaba adelante. Ahí siguieron los alegatos. Afortunadamente logré moverme a otro carril, pues la cosa no se iba a poner bien (en término viales ya habían generado un bloqueo), y pude sortear el cruce, una vez superado ese punto la circulación avanza constantemente.

Aunque me hubiera gustado ver el desenlace de aquella historia (pa' como se veían de enchilados seguro se bajaron a darse con todo en alguna callecilla cercana), tuve que seguir mi camino, pero me quedé pensando en una cosa: la amistad es efímera, sobre todo en la jungla de asfalto.

1 comentario:

  1. Efectivamente mi buen Sergio, para todos los que habitamos en esta saturada y poco planeada Cd de Mèxico, es algo con lo que tenemos que convivir dìa con dìa. Cada vez que alguien sale a la jungla de asfalto, tiene que saber de antemano, que pondra en pràctica su pericia y paciencia. Sortear lo que acontece en una ciudad como esta no es tan fàcil. Sin duda alguna es por eso que los chilangos tenemos esas malas y feas cosumbres al volante. Y si no preguntale a todas las personas de provincia que se quejan cuando vienen o peor aun, cuando invadimos su espacio vial.

    Y de la amistad efectivamente mejor ni hablar, o por lo menos en las calles vaya que si se ve complicado y mas cuando alguien tarda cerca de dos horas en llegar de un punto a otro!!

    Saludos

    BORDA

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