30 de septiembre de 2009

Tanto pedo pa' hacer aguado


Retomaré la historia: hace unos meses, cuando las elecciones para delegados de la capital mexicana estaban en boga, se desató la polémica, pues una mujer de nombre Clara Brugada fue depuesta del cargo que ostentaba como candidata por Iztapalapa (un feudo importante en el reino defeño). Después, de la nada, salió un señorcito, que se hace llamar Juanito (Rafael Acosta), representante de un partidito, el PT. Apoyado por Andrés Manuel López Obrador, R.A. aka J. obtuvo una buena cantidad de seguidores (aparte de los que ya tenía, pues es un tipo carismático, aunque zoquete).

Pero como en las cuestiones políticas nada viene sin etiqueta de precio, y por supuesto nadie ofrece algo sin tener un motivo ulterior, Juanito tuvo que aceptar algo: la gente votará por ti, con mi apoyo, dijo AMLO, pero cuando ganes, gracias mí, repitió, deberás dejar el puesto a Clara Brugada, quien fue depuesta en forma ilegal, según yo, clarificó. Entonces Juanito, frente a una multitud, apabullado por los gritos y la presión del líder izquierdista, y con una cara de crudo (quizá borracho aún) dijo que sí, que sí.

Vinieron las elecciones y, como estaba predicho, Juanito ganó. Clara y Andrés se relamían los bigotes, pues el poder estaba a unos días de caerles en las manos. Pero no contaban con que Juanito cambiaría de opinión. Así, el payaso número uno de la Delegación Iztapalapa anunció con bombo y platillo que no dejaría su puesto, que él había ganado y que trabajaría por el pueblo. Dio una serie de entrevistas, organizó a las masas, acudió a eventos con diferentes sectores, fue apedreado, abucheado y hasta lo amenazaron de muerte (según él). Pero Juanito estaba firme en su decisión de gobernar. Los partidos opositores lo apoyaron, los medios lo criticaron, hubo periodicazos, escándalos, manifestaciones, gritos y sombrerazos... fue el hombre del momento.

No obstante, la vida da muchas vueltas, y uno tiene que saber su lugar en este mundo (eso es algo que el buen Juanito no comprende). Después de tanto alboroto, apareció el señor don Marcelo Ebrard, jefe de jefes en el Distrito Federal (y a la vez súbdito obradorista), y mandó llamar a Juanito. Éste acudió. Entró a la oficina muy "chiras pelas", como dirían en su pueblo, muy valentón, pues, y salió, más tarde, con la cabeza gacha, o diciendo que iba a dejar el puesto como había prometido, pues.

Clara Brugada apareció en los medios elogiando su valentía, López Obrador estaba feliz, Ebrard quién sabe cómo estará y Juanito, después de sus 5 minutos (o bueno, unas cuantas semanas) de fama, con seguridad pasará al olvido, al rincón polvoso de los medios y, por supuesto, a la esquina perdida de la memoria popular. Así de rápido, así de simple.

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