2 de julio de 2009

Espécimenes citadinos


El viernes pasado decidimos, un amigo y yo, ir al billar. Hacía tiempo que no echábamos bola y, aunque un poco empolvados, nos dimos batalla los primeros juegos. Ya después, debo confesar, me hizo pedazos.

Pero no escribo esto para contarle de mi experiencia con las bolas (de billar, sucio lector), eso sólo es el background, el chiste de este post es relatarle nuestro encuentro con ciertos espécimenes urbanos que se dieron cita en ese localucho, porque no todos los billares están limpios, que olía a una mezcla de pies con pasillos de Pericoapa (aceite, limón y Maruchan).

El lugar está en un segundo piso, las escaleras son tenebrosas. El tufo antes mencionado invade las fosas nasales mucho antes de ver las mesas. En la barra, un gordo con el cabello ceboso a más no poder platica con uno que si no es drug dealer me corto un brazo, ya sabe, lector, el prototipo de habitante de Neza que ha montado su pequeño negocito en la esquina de su casa.

Al centro del inmueble se han improvisado un par de mesas de plástico donde un joven de negro juega cartas con otro joven de negro. Negrísimos los dos, con los cabellos harto engominados y parados, las caras pálidas, mortuorias, y las uñas oscuras, al parecer por la mugre. En la primera mesa de pool, un grupo de uameños (de la UAM) compuesto por dos chicas "equis", dos hombrecillos diminutos, morenos y con la cabeza gacha todo el tiempo, y una cosa con forma de tonel, el cabello sobre la cara y más negra (la cosa, porque no se sabe si es hombre o mujer) que los dos que juegan cartas están a punto de romper el paño.

La mesa que sigue está vacía, pero pronto se ocuparía. En la de junto está el grupito fresa: un tipo, alto, güero, uniformado de American Eagle y con el celular pegado a la oreja todo el tiempo, dos más, con pantalones que les quedan cortos y siguen al primero con vehemencia, se ríen de todos, absolutamente todos sus chistes y dos chicas, una de falda y otra de mezclilla, "equis".

Después mi mesa, de la cual no compartiré opinión alguna. Al lado juegan tres gordas, una más que la otra y un un gordo, no más que la tercera de las gordas, pero amplio él, quien les trata de impartir lecciones de golpeo con el taco. Pero el tipo no tiene la menor idea, así que las gordas se burlan de él, discretamente, según ellas. Por cierto, nos parece que la más gorda de todas huele a vómito, pero en realidad son unas palomitas que el fresa que está pegado al celular acaba de pedir en la barra.

Al fondo, en unas periqueras, zona oscura, se ve a un grupo de chavos y chavas que sólo fueron a ingerir bebidas embriagantes y platican entre risas. De pronto, llegan a la mesa vacía un tipo alto, de cabellos harto rizados y una tipa que parece hombre, con pantalones muy ajustados, cara dura, amarga, el cabello negro azabache (se nota en la raíz) teñido de rubio y una playera sin mangas que deja ver unos brazos inflados por el ejercicio.

De las bocinas, tronadas por el uso y los bajos exagerados, sale una música rara. La letra de la canción habla de un tipo que se va a emborrachar, al parecer de nombre Jacinto, un rockero al que le importa poco cómo se ve ante los demás, con su greña larga y sus ropas viejas. Todos los presentes se la saben, menos mi amigo y yo. Hora de partir, comprendimos.

Conclusión: no volveremos a ese billar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario